Como tantos otros capítulos, los recuerdos son en su mayor parte un relato de lo sucedido, si bien hay elementos que por falta de precisión, memoria o por darle algún toque de creatividad, pueden no corresponderse al cien por cien con lo sucedido.
Llegamos a media tarde, salimos casi al final del avión y nos retrasamos mama y yo sacando unas fotos al pie del aparato, total que nos quedamos hacia el final en la cola de inmigración. El aeropuerto era poco más que una pequeña nave industrial con tejado de chapa o uralita, no estoy segura, y una sala con sillas de madera con aspecto triste y muy, muy sucias. El proceso de control de pasaportes fue cuasi eterno, y, eso que era una avión pequeño y el único que aterrizo durante la al menos hora y media de espera. Un funcionario revisaba los documentos con una mezcla de parsimonia y falta de pericia. Hojeándolos lentamente hasta que encontraba por fin la página con la foto, registraba a mano datos en un libro grueso con muchas horas de vuelo, preguntaba siempre lo mismo a los viajeros, solicitaba una cantidad fija en dólares americanos y acababa poniendo un sello casi seco de tinta, sin energía y con una calma infinita para centrarlo en la página del pasaporte. No fui capaz de entender porque aquel hombre de edad inescrutable, abría con llave la caja metálica donde guardaba el dinero del visado cada vez que recibía un pago, la cerraba de nuevo, se metía la llave en un bolsillo y la dejaba en un cajón también con llave, que guardaba en el otro bolsillo del pantalón. Había que reconocer que repetía el proceso de manera minuciosa e infalible. Para reiniciarlo unos instantes después.
Por fin llegó nuestro turno.
Estábamos preocupados por las maletas, habíamos tardado tanto que nos temíamos cualquier sorpresa. Por supuesto , allí estaban las maletas. No más que prejuicios de blanquitos. Por fin salimos de la terminal entre decenas de locales que te ofrecían sus servicios de taxi, nos dirigimos hacia lo que parecía la parada oficial, controlada por unos policías con un uniforme ajado, sucio y ridículo. Hacia mucho calor.
Volví la vista a la pretendida terminal; V ctor a F lls A rp t. Al cartel con caries, se le había caído la mayoría de las vocales.
Bienvenidos a Zimbawe! Desde luego mis padres tienen algunos planes extraños.
Unos días antes en Johannesburg tuvimos que hacer cita médica, en una clínica especial y pagar una pasta por una consulta y por la receta de una medicación antimalárica con muchos efectos secundarios.
Recuerdo haberles preguntado: Pero, ¿ me podéis decir por favor para que queréis ir a estos lugares en que te puede matar un mosquito?
Un taxista muy agradable no dejaba de hablarnos de las maravillas de la zona, no recuerdo casi nada de lo que decía. Ni era fácil su acento, ni reconocía los nombres, ni -la verdad – me interesaba lo más mínimo. Mi padre tenía cara de que no le sonaba nada de lo que estaba diciendo aquel hombre, los lugares eran misteriosa palabras que podrían estar escritas en griego y la única que estaba puesta en geografía local, lugares de interés y turismo parecía ser mamá.
Pasábamos entre calles polvorientas, calor insufrible, casas miserables, mucha gente caminando, la mayoría descalzos e infinitos puestos de escasamente atractivos souvenirs. Gorros, gorras, chubasqueros por todos los lados… ¡pero si aquí tiene toda la pinta de que no llueve desde hace años! Pensé yo.
Por fin llegamos al hotel. Mi madre es de 10, siempre elige los mejores lugares imaginables. Era un lugar precioso, decorado en modo colonial. Me llamaron la atención los personajes alargados en maderas de colores en la recepción. Poco días más tarde acabaron un grupo similar en la pared de nuestro salón.
- No, no entres, no abras la maleta, no vayas al baño. Espera a que la inspectora de su aprobación.
- Yo he reservado una habitación con vistas al lookout, y este es interior hacia el jardín. No, no lo acepto, me la tienen que cambiar.
Llamada telefónica, espera, otros veinte minutos de calor y sed africanos…por fin nos cambiaron de habitación. La verdad es que era mucho más grande, bonita, y, desde la terraza se veía el exterior con mucha vegetación y una laguna con pinta de barrizal completamente desierta.
Beware the baboons. Do not leave your windows open at any time.
- Genial mami, ni siquiera vamos a poder asomarnos al terraza. Por los monitos!
De pronto como aludido, un mono desde una árbol próximo comenzó a mírame desafiante con algo de plástico en una mano. Era un frasco de dentífrico.
- Me parece que va a ser mejor dejar las ventanas y puerta bien cerradas. Estos bichos nos roban los móviles por menos de nada.
Ducha, cambiarse de ropa y la sucesión de esperas, papa por las dos, los dos por mamá.
La cena fue estupenda. Teníamos una mesa en la terraza, mirando a la laguna. Como siempre mamá fue la primera:
- Mirad, mirad allí se ve algo, creo que son cebras.
A medida que la vista se nos iba habituando a aquella obscuridad vencida por una luna resplandeciente, aparecían más y más animales salvajes a tiro de piedra. Todos de los inofensivos.
Me apetecía todo en la carta. Me encanta probar cosas nuevas.
- Que vas a pedir, papá?
- Me estoy pensando lo del cocodrilo.
- Me lo vas a dejar probar, pleasssse?
- Por supuesto, cariño. Y tú?
- Creo que este guisado con Kudu.
- Mama?
- No sé. Tal vez esta pasta.
La cena estaba riquísima. Le comí medio plato a mi padre.
Nos fuimos inmediatamente a la cama porque estábamos agotados. El vuelo era corto, pero que si hacer maletas, traslado a aeropuerto, viajes, prisas…es agotador.
El aire acondicionado era ruidoso y por la noche no hacía ya tanto calor, en cualquier caso, era invierno.
Por la mañana nos duchamos…y, a desayunar. Aquello si que fue genial. Desde la terraza se veían muchos animales bebiendo en el agua. Pero lo divertido sucedía en la terraza-comedor. En la entrada había un camarero con tirachinas y otro en el otro extremo. Era buffet. Escogí un huevo cocido, tostada, fruta y cereales.
De repente un mono entró a toda la velocidad saltando desde un árbol a la barandilla de la terraza, de allí a una mesa, otra… y se llevó un plátano. Otro por el otro extremo se llevó, creo que un sándwich…y los camareros de tirachinas lanzándoles piedras y fallando estrepitosamente.
- Ay!, esto tengo que contarlo a mis amigas. Es lo más divertido que me ha pasado nunca…
Tras el desayuno, pedimos una taxí y, por fin nos dirigimos a las Cataratas Victoria. La entrada con un aspecto bastante cutre, aunque espaciosa para aparcar coches. Un quiosco verde en el que vendían los tickets y te daban un mapa fotocopiado en blanco y negro. Papá pago en dólares. La moneda local no vale nada y nadie la quiere. Los billetes llevan hasta nueves ceros. O un sello rojo que multiplica su valor por mil. Y, parece ser que a lo largo del día van perdiendo valor. En las tiendas hay alguien constantemente cambiando los precios en ZIM$.
Hay un camino hasta las cataratas, a medida que te acercas se oyen rugir…y lo peor, eso si que lo odio. La humedad. El pelo encrespado ya antes de ver agua alguna. Ahora entiendo lo de la venta de chubasqueros, menos mal que trajimos en la mochila. Aquello es una ducha en spray permanente.
La caída del agua está ahí, al lado, no es como en Niagara que está lejos y necesitas un barco. Esta a unos pocos metros. Bueno, algo más, pero, el tajo en la tierra por la cascada es estrecho. El sonido es maravillosamente ensordecedor y es naturaleza salvaje, nada que ver con lo de los edificios en el lado Canadiense de sus cataratas.
Y estas son muy largas, quiero decir anchas…bueno, eso…que tienen mucho espacio de caída además de la altura. Fotos, fotos y fotos…que por cierto tengo que buscar.
También están entre dos países, en este caso son Zambia y Zimbawe. Y también es posible cruzar en un instante de uno a otro…pero…hay un pequeño problema. Te sellan el pasaporte de entrada/salida. Y, Zambia no está aceptada en Sudáfrica desde el punto de vista sanitario. Osea que, al regresar a Johannesburgo, si has estado en Zambia no te dejan entrar o te ponen en diez días de cuarentena. Nos quedamos sin cruzar el puente. Por cierto altísimo y donde la gente hace puénting. Mama y yo estábamos dispuestas, mi padre nos quito la idea de la cabeza con sus neuras de la seguridad.
- De verdad creéis que es el mejor lugar para hacer una locura así?
La verdad es que me hizo un favor, pues me daba cierto pánico, pero, era divertido discutirlo con él.
Era una maravilla el efecto arco iris que se formaba en torno a las cataratas, en esa especie de lluvia eterna que se produce en el entorno de las cataratas. Es como una ducha suave, fina, tibia e infinita. Lo más alucinante es que en esas noches de luna llena, el arco iris se forma también tras anochecer.
Desde el punto de vista urbano, no hay mucho que ver por allí. En realidad nada.
Mis padres, siempre tan inquietos. Y, sobre todo mamá aunque es la primera vez que ha estado por allí, parece que se lo conoce todo. Sabe lo que hay en los alrededores perfectamente. Total que organizaron otro sarao, el Chobe National Park.
Vic Falls esta entre dos países, como ya dije, pero en realidad al lado de un tercer pais: Botswana y muy cerca de un cuarto, Namibia. Se encuentra en un auténtico cruce de países.
Alquilamos un vehículo con chofer, Precious. Un tipo simpático. “Mucho más barato que un coche y más seguro…”defendía mi padre sin convicción y sin wque nsdie le preguntara… y nos pusimos en marcha a Botswana, por la mañana tempranito. En África se madruga mucho. Al amanecer el mundo se pone en marcha y por aquella latitud, aunque era invierno, amanece muy pronto. Un rato en el coche y estábamos ante una barrera con un par de soldados con cara de aburrimiento infinito, que observaron con curiosidad nuestro pasaporte y nos hicieron alguna mención al futbol.
- Spain, world champions. Casillas, Hiniesta…
Con una sonrisa que no estoy seguro de que mereciéramos, pues estábamos un tanto de vuelta del tema.
Pocos minutos después llegamos a nuestro destino. Un rio amplio, el Chobe. Ya he dicho que aquí se madruga mucho, pero, eso no quiere decir que se sea puntual. Supuestamente la actividad comenzada a las 8 de la mañana. Por allí no apareció nadie ni dio explicación hasta cerca de las nueve y media. Casi que no me quejé a mis padres por el madrugón!
Llegaron varios jóvenes sonrientes en una camioneta, por supuesto venían sentados en la caja de la misma.
Pidieron mil disculpas por el retraso, se les había quedado el vehículo sin batería. No sé si sería verdad, pero era creíble, la pick-up estaba en un estado lamentable, con su puerta pintada supuestamente con el nombre del parque nacional, pero, imposible de leer. No tenía muy claro que íbamos a hacer. Parece ser que un viaje en barco por el río.
Un cartel a la subida la barco: “beware of the crocodiles. Do not stick your hands, arms, legs or any body part out of the boat at anytime”
- Papa. Nos dices que no es seguro hacer puénting porque no te fías de los medios y nos vas a meter en un cascaron roñoso en un rio infectado de cocodrilos? Que pasa si se estropea o se hunde el barco? Tengo la sospecha de que por aquí no abundan los servicios de rescate.
Mi padre trataba de convencerme de que era menos probable y más seguro, pero, su cara decía que tenía razón, que era una locura. Mi madre estaba exultante. A veces pienso que lo que en realidad le gusta a mama son los animales, desde luego mucho más que las personas.
Y asi hicimos un crucero por el Chobe. La verdad es que estuvo muy bien. Vimos centenares de cocodrilos de todos los tamaños. Al principio impresionan, después de un rato…cuando ya te acostumbras a su presencia… acojonan. Ahí, inmóviles como pasando de ti. Parecen unos torpes bichos prehistóricos, pero, no hay nada más rápido y feroz en el agua. Si caes, no sales.
Pero había mucho más, miles de aves de distintas clases, hipopótamos por todos los lados, por lo visto este si que es el animal más peligroso de la zona. Una vegetación impresionante. Arboles cagados de vida entre monos, pájaros, sonidos de todo tipo. Estábamos inmersos en el mundo en que la reina es la naturaleza, no los humanos del barquito.
Un grupo de alemanes y otro de británicos, parecían competir a ver quiénes eran capaces de beber más cerveza por cabeza. La competencia fue dura hasta que unos de los responsables del barco informó que no quedaba más cervezas. Tenían decenas de latas y botellines alrededor, se habían tomado al menos 7 u 8 cada uno.
Nos dieron unos sándwiches y patatas fritas en el propio barco. Ya regresábamos a puerto. El rio es inmenso, de un color chocolate gris y de aspecto espeso, no invita a bañarse, pero, en cualquier caso, con los vecinos que hay en la zona, ni se te ocurre. Si caes al agua, nos dijeron, tienes una máximo de 30 segundos para regresar al interior del bote. Y eso, gracias a que los cocodrilos se alejan del ruido que produce el motor. Y por si fuera poco, el agua es poco recomendable desde el punto de vista sanitario, te puede transmitir varias enfermedades.
- Y ahora qué hacemos?
- Tenemos un plan, ya lo he previsto, ahora nos adentramos con el chofer a otra zona del parque nacional donde hay más animales.
- Joé, mamá, que te gustan los bichos!
- Y a vosotros también.
- Si, pero no tanto como a ti.
Entramos en otra zona frondosa en plan game lodge. Vimos algunas cebras, antílopes, pumbas,,,tampoco demasiados, resulto un poco aburrido pues no había auténtica variedad, hasta que nos acercamos a un meandro del río. Aquel lugar debería salir en las representaciones el paraíso.
Había centenares de elefantes, de todos los tamaños, en todo tipo de grupos, en el río en una orilla en la otra…jamás había visto tantos juntos en distintas manadas. Era una imagen maravillosa, indescriptible. Como Jurasic Park, pero con elis. Mira que hemos viso elefantes en Sudáfrica!, pero, en una, dos manadas. Esto era “elefantland”. ¡Había tantos! Por todos los lados.
No sé qué era más digno de foto, si el panorama o la cara de felicidad de mi madre.
Estuvimos mucho tiempo disfrutando de la imagen. Haciendo tantas fotos. Estamos en su mundo, en su santuario. Veíamos cruzar el río y como los más pequeños los colocan en el centro de la manada para que no los ataquen los coc´s. Con los grandes no se atreven pues de un pisotón los revientan.
Es una imagen tan tierna, como hacen un círculo protector en torno a los babies y cruzan en formación de romana. Como retozan en el barro, se manchan, se lavan…su sonido peculiar y su paso parsimonioso.
Es como un respiro de la naturaleza con mayúsculas, con tamaño mayúsculo. Tan grandes y tan inofensivos. Solo suponen riesgo si te cruzas en su camino mientras huyen o bien se sienten amenazados por tu presencia. No abusan de su fuerza.
Y de remate, para acabar la jornada, fuimos a ver un baobab gigantesco, era absolutamente inabarcable, inmenso y precioso, es un auténtico monumento nacional. Ese tronco enorme con no muchas ramas extendidas.
Fotos, fotos, fotos…
Fue una experiencia inolvidable, aún estábamos en vísperas del desastre.
La verdad es que mis padres tienen sus cosas, pero son la caña en cuanto a viajes se refiere. Por supuesto no conozco a nadie, pero ni siquiera se de nadie, de mi edad que haya recorrido más mundo que yo.
(NOTA, A pesar del texto estar escrito en primera persona, el autor del mismo – en su totalidad – es su padre. Los hechos son reales, pero contienen elementos de ficción. Las opiniones o reflexiones no necesariamente coincidirían con las de Ana)