¡Qué apretaditos van!
Era el verano de 2007. Habíamos organizado un largo viaje por Estados Unidos. Mi madre, como siempre lo había planificado todo, buscado los mejores hoteles, eran más de tres semanas sin parar. Me hacía ilusión aunque no me gustaba tanto coche, claro que también había mucho vuelo.
El abuelo Antonio se apuntó a venir con nosotros. El pobre acababa de superar un cáncer y quería hacer un gran viaje. Mi padre no tenía nada en contra, pero, si es verdad que dijo alguna vez a mamá, con lo cascarrabias que es tu padre y la paliza que nos vamos a meter, seguro que a los pocos días está de morro. Es justo decir que mi padre admitió su terrible error de perjuicio muchas veces, ante el abuelo y ante todas las personas en que venía a cuento hablar de aquel viaje. Como él lo decía, Antonio se comportó de diez sobre diez y creo que disfrutó de aquel viaje como nunca antes en su vida, tal vez fue el viaje de su vida!
Bueno, que el abuelo había viajado lo suyo. Si pensamos que en los años cincuenta emigró a Brasil y después de unos años allí, con mi madre recién nacida a Sudáfrica… no se puede decir que fuese un provinciano amarrado en su pueblo de León.
El viaje empezó muy bien el día antes. Era sábado de verano, por la tarde, estábamos en la piscina y sonó el móvil de mi padre. Era de Iberia, como él tenía una tarjeta de esas de oro de frequent flyer, nos hacían un upgrade a business class a los cuatro! Yo entonces no sabía que se llamaba así, pero lo que sí sé es que me encantaba la idea de ir en unos de esos asientos reclinados y viendo pelis mientras te ofrecen unas comidas ricas!
Embarcamos de los primeros, tras pasar un buen rato en la sala de business y comer bien y coger unas revistas. Todo el pasaje tiene que entrar por la zona de clase ejecutiva y percibes como te miran con una mezcla de envidia y desprecio, pero yo me sentía muy bien. Lo más divertido fue el abuelo, lo hemos recordado decenas de veces, a las pocas horas de despegar decidió ir a dar una vuelta por la cabina de turista. Al poco regresó diciendo: “¡pobrecitos, que apretaditos van!”. El que por primera vez en su vida viajaba en business y que hacía con frecuencia viajes desde y hacia Johannesburgo, casi enlatado entre dos asientos, máxime teniendo en cuenta que el abuelo es muy alto.
Aterrizamos en Boston. A mi seguramente fue lo que menos me gustó. El abuelo estaba boquiabierto. Recuerdo las buenas langostas que nos metimos y algún parque muy bonito, pero a mí no me dijo nada. El abuelo estaba encantado. Repitió en varias ocasiones:
- Qué limpio está todo, que bien arreglado, organizado, no se parece en nada a Johannesburgo.
Desde allí hicimos una escapada de un día a las Cataratas del Niágara, volamos a Buffalo. Aquello sí que me impresionó, sobre todo dos cosas. El Maiden of the Mist, un barco que te acerca hasta la caída del agua. Tienes que ir con un chubasquero integral pues la mera neblina te empapa, me daba “lago” de miedo, pero me gustó. Y, lo mejor, cruzamos caminando un puente desde el que nos hicimos una buenas fotos con las cataratas al fondo, y, tras un sello en el pasaporte, estábamos en Canadá! Otro país más a mí ya larga lista de viajes! Era el verano de 2007, yo aún no había cumplido los diez.
Desde Boston salimos hacia San Francisco. Esa sí que es una ciudad chula. Me encantó, aunque la habitación del hotel era muy pequeña, mi madre estaba muy enfadada pues lo había organizado todo tan bien. Yo tenía qui dormir en una espacio enano. Me encantaron las cuestas, el tranvía, el puente (aunque nos pilló varias veces con niebla), algunos edificios altos y preciosos, la calle con más curvas del mundo (Lombard Street) y el Pier 59 , no, que me lio con New York, me refiero a Fisherman´s Wharf. Comimos allí una tarde de fin de semana, creo que era sábado, estaba hasta arriba, pero me gustó mucho, estaba muy animado, mis padres me compraron algún recuerdo que no recuerdo. Dimos una vuelta en barco por la bahía. Entre la isla cárcel de Alcatraz, y bajo el puente. Las orillas estaban llenas de focas en pleno verano. El agua está helada, ahí no se baña nadie, me recuerda a Ciudad del Cabo. Chaquetilla puesta para combatir el aire frio. Las vistas de la ciudad son preciosas, con el edifico de TransAmerica destacando entre todos. También caminamos por el Golden Gate Park, al lado del precioso puente colgante, es impresionante. Me encanta yanquilandia.
Ahora, lo que más me gustó y sorprendió de San Francisco, creo recordar que sucedió la primera mañana, nada más llegar. Salimos del hotel y nos pusimos a pasear, mi padre puede caminar por horas sin parar. Un camión gigantesco de bomberos rojo, reluciente, con metales brillantes, no sé porque todo es tan grande en Estados Unidos. Me aproximé para verlo y hacerme unas fotos. Se acercó un bombero que pensé me iba a echar la bronca, un tipo alto, fuerte, guapísimo…y me dice “would you fancy a pic with us?” ¿quieres hacerte una foto con nosotros?. No me lo podía creer. Fue genial, unos tipos simpatiquísimos. De aquella mi inglés tenía mucho que mejorar. Le dijimos que éramos españoles y hablamos un rato. Que majos!
Lo de largos viajes en coche me aburre más. Alquilamos un coche americano grande, en mi opinión muy grande y desde San Francisco salimos hacia el Sequoia National Park, cerca de Fresno, aún en California, como cinco o seis horas de viaje. Mis padres nos contaron que en realidad querían haber ido a Yosemite, pero era imposible había que reservar al menos con uno o dos años de antelación, seis meses antes no se conseguía alojamiento, y sin alojamiento, entrando y saliendo en el día en un lugar tan grande, no merece la pena.
Llagamos tarde, cerca de oscurecer, tras una cena en algún sitio nada memorable, regresamos a nuestra bonita cabaña de madera. A mi madre, que le encantan los animales (a veces pienso que más que las personas) casi le da un síncope cuando vio que había varios ciervos y cervatillos alrededor de nuestra cabaña. Eran preciosos, la verdad.
A la mañana siguiente cogimos el coche y … hala… a ver árboles, ÁRBOLES. Nos hicimos fotos al lado del General Sherman, el ser vivo más grande del planeta. No es el más alto, pero sí el más grueso, se necesitan unas quince personas para rodearlo con los brazos extendidos. Y también me gustó otro que está caído seco sobre la carreta y han hecho un túnel para que pases por debajo. Por todos los lados hay carteles: no dejes nada de comida en el coche, por muy oculta que esté, los osos la huelen y te destrozan el vehículo. En todas las zonas de aparcamiento hay unos contenedores tipo bunker de metal con un cierre muy complicado para los osos, para que puedas dejar aunque sea un bolsa de patatas fritas. Mi padre decía que la carretera por el parque le recordaba un anuncio de BMW, el abuelo estaba encantado, quería hacerse fotos con aquellos árboles. Mamá estaba algo apenada porque no conseguimos cruzarnos con un solo oso. Si bastante ciervos. Yo no estaba tan segura de que fuese una buena idea, por todos los sitios los carteles te recomendaban no correr, si te encontrabas con un oso, apiñarse todos, mover mucho los brazos y hacer mucho ruido para asustarle como si fueras un animal de mayor tamaño.
Un par de noches allí, y otra vez al coche, ahora hacia Los Ángeles.
Los tramos de coche se me hacían muy largos. A medida que nos acercábamos a L.A. el tráfico era brutal, y eso que era un domingo. Recuerdo desde un alto ver una ciudad enorme al fondo y autopistas por todos los lados, cargadas de vehículos enormes.
Nosotros estábamos al sur de L.A. cerca de Santa Mónica, en un lugar cuyo nombre no recuerdo ahora. Teníamos un hotel muy bonito, como siempre con mamá, con dos habitaciones, una para nosotros y otra para el abuelo. Como le gusta el mar al abuelo!, disfruta más que yo en el agua, recuerdo aquella mañana como nos reíamos los cuatro en el agua. A mi madre también le gusta, a mi padre menos. Recuerdo que dijo una tontería de la que nos reímos mucho.
- ¿Alguien me puede explicar por qué a este se le llama Océano Pacífico?
La mar estaba muy picada y con olas que te tumbaban.
Por la tarde tratamos de buscar un lugar donde cenar y se nos ocurrió preguntar a alguien por la calle. Fue muy curioso, pues, aunque fueron amables, era como que nos miraban por encima del hombro. Miraban al coche y a nosotros e hicieron algún comentario sobre un restaurante, pero, que tal vez fuera muy caro. Estábamos haciendo un viaje desde España, en los mejores hoteles, con un Gran Cherokee que era casi el doble de nuestro Lexus 4X4 y nos miraban como a pobres!…No lo entendíamos, nos alejamos de ellos riéndonos. Claro cuando vimos por la zona algunos vehículos, Ferraris, Porche, Rolls, Mercedes.., empezamos a entender.
Un día, desde el coche y con un plano de las casas de las celebrities, recorrimos Sunset Boulevard en Hollywood entre las supuestas casas de famosos, incluso cogimos un autobús guiado por la zona. Por supuesto no vimos a nadie famoso.
- Aquí vive Di Caprio, aquí se rodó Speed con Keanu, allí vive de Niro…
Entre palmeras y muros que competían en altura, no solo no veías a nadie, sino que ni siquiera sus casas o jardines. Una decepción absoluta. Nos acercamos hasta el Kodak, donde se celebran los oscars, bueno parece más bonito en la tele y caminamos por el Walk of Fame, entre las estrellas de los famosos. Nada que destacar, quite disapointing. A la hora de comer nos fuimos hacia Rodeo Drive, entre las tiendas y el hotel en que se filmó Pretty Woman. Recuerdo como si fuera ahora, aparcamos en un parking lujosísimo, un subterráneo impecable, limpio, luminoso, amplio, donde un negrito te atendía y aparcaba el coche y para recogerlo esperabas en un sofá blanco de cuero con aire acondicionado, plantas exuberantes y música de fondo. Mi padre, siempre tan acertado:
- No he visto la lista de precios por ningún lado, vaya palo que nos van a meter.
El parking nos costó 1$ y la propina que le dió al conductor.
- Papá más vale que te calles un poco. Es que no aciertas ni una, y mamá y el abuelo se reían.
En Rodeo Drive habíamos comido en una terraza preciosa, en un restaurante riquísimo y pijo, en una callecita muy mona con flores y plantas por todos los lados y con vistas al famoso hotel de la famosa película de Julia Roberts.
Por California visitamos una de las misiones que los españoles fundaron hace unos doscientos cincuenta años. Nos pillamos unos atascos brutales, de horas, en autopistas de ocho o más carriles por cada sentido.
- Mirad, mirad la pantalla del GPS
Incluso hice una foto, era un cruce a varios niveles, bucles e intersecciones de múltiples autopistas. No sé si es el paraíso de los coches o el infierno del transporte público. Quien haya visto muchos años después el principio de la película La la land, se hace una idea de los atascos.
Y, con la duda de si cruzar a Tijuana o no, nos bajamos hasta San Diego. La duda se nos pasó en cuanto supimos que para volver nos podríamos tirar unas horas en la frontera en control de extranjería. Además de que, como sabíamos, no es esa zona de Méjico la más recomendable desde el punto de vista de la delincuencia.
Paseamos, era domingo, por una ciudad casi desértica, nos acercamos al puerto repleto de buques de la US Navy y me hice una fotos al lado de las estatuas enormes de la enfermera y el marinero dándose un beso, se ve en muchas pelis. Creo recordar que aquella noche fuimos al cine.
Y, todavía nos quedaba ir a las Vegas. El abuelo estaba encantado, una persona mayor que en ningún momento se quejó por la paliza de continuos viajes y hacer maletas. Yo iba con mi Nintendo jugando con Mario y de vez en cuando me echaban la bronca, pero Ana, mira que puente, que montaña, que valle…yo levantaba brevemente la mirada con escaso interés.
- Mira Ana, es el desierto de Mojave, estamos llegando.
Nuestro hotel estaba en las afueras de Las Vegas, pero muy cerca, en un lugar llamado Henderson. Al llegar, una vez más tuvimos la sensación de que nos miraban por encima del hombro. Era el coche. En el enorme acceso a la entrada del hotel había unos monstruos de coches, y el nuestro, muy grande, parecía un enano. Hacía un calor como no había experimentado nunca, no es que en Madrid no haga calor en verano, pero, aquello era otra cosa. Mi padre lo describía como entrar en la zona del horno de una panadería. Un calor brutal, un termómetro en la entrada marcaba 115º.
- Look Dady, look ¿has visto la temperatura?
- Son grados Farenheit Ana.
- Ya lo sé, que no soy tonta. ¿Pero eso cuánto es?
- Unos 46 centígrados.
Otra vez mi madre había acertado de pleno, Green Valley Ranch. Pedazo hotel. Precioso, enorme, con unas piscinas con arena y olas, una habitación gigantesca, que por supuesto cambiamos tras verla pues las vistas eran muy escasas al estar en la primera planta y, mi madre no estaba a gusto. Hacía tanto calor fuera, como frío por los pasillos. Saqué una cazadora de la maleta para moverme por el hotel. Es tan absurdo! A ratos salíamos al jardín para controlar el frio, y vaya si lo controlabas en cuanto te asomabas. Me fui con mi madre y el abuelo a dar un chapuzón. Mi padre tenía una llamada de trabajo con alguien de Portugal.
Al atardecer salimos hacia las Vegas, que estaba a unos diez minutos. Unos edificios curiosos, la torre Eiffel, una pirámide negra, hoteles muy altos, aparcamos el coche y al salir la bofetada de calor fue brutal. Nos metimos en un hotel, el de mi padre: MGM. Son sus iniciales. Hotel en el que tenían leones enjaulados en la recepción. Después de cenar algo por allí, entre un calor sofocante y sudando de noche, vimos unas fuentes iluminadas ante el hotel Bellagio. Estaba a tope de gente y eran muy chulas. Luces, música, chorros altísimos. Más fotos.
Los desayunos eran brutales. Allí se cocinaba de todo por la mañana. Y la gente se pillaba unos platos del tamaño de los coches y también de los culos. Pero, a mí también me gustaba, podía picar un poco de todo.
Mi padre, que como he dicho varias veces, puede ser muy pesado, no dejaba de hablar de que había que hacer reservas para el Circo del Sol y para el Gran Canón. Queríamos ver la recién inaugurada plataforma de cristal sobre el cañon: the skywalk. Por lo visto leyeron opiniones en internet de que era un auténtico timo, que para pasar un par de minutos en la plataforma, desde la que se veía muy poco, te pasabas horas de transporte, calor, una comida lamentable y un precio desorbitado. Total que lo descartamos. Pero hicimos muchos otros planes.
Una tarde nos subimos a Stratosphere. Una pequeña montaña rusa/noria en lo alto de un edificio, que dicen es la más alta del mundo. Impresiona. Nos subimos mi madre y yo dos veces. A ratos gira fuera del edifico y cuando miras hacia abajo es impresionante. Mi padre no se atreve con estas cosas y el abuelo no quiso subir, creo que le sorprendí múltiples veces con la boca abierta. Hacía fotos, comentarios, estaba encantado.
El Circo del Sol suele venir a Madrid una vez al año, casi siempre en invierno, con un espectáculo. En LV, cada noche hay seis espectáculos distintos del Circo del Sol. A mis padres les encanta y el abuelo no lo había visto nunca. Fuimos a ver Mystère y Kà. La verdad es que son geniales. Me impacto Kà, la música es preciosa (por supuesto mi padre se compró el CD), pero sobre todo que el escenario completo, lleno de supuesta arena, se gire, se ponga en vertical y toda la historia discurra así, es impresionante. El abuelo estaba emocionado, no dejaba de hablar de ello cuando volvíamos en el coche hacia el hotel. No sin antes salir al parking-horno para coger nuestro vehículo.
Y aún quedaba más. Yo me pille una laringitis aguda por el frío del interior del hotel y los restaurantes. Tuvimos que ir al médico, fue poca cosa. Una mañana tras pegarnos un baño en la piscina que tenía la temperatura de un spa. Mientras mi padre caminaba al teléfono por el jardín (yo creo que no llego a probar el agua), como decía una mañana, nos dirigíamos al Valley of Fire, cuyo nombre ya promete, a las afueras de LV. Pero, por el camino paramos en un pequeño aeropuerto interior de la ciudad, yo no sabía para qué. El abuelo y yo nos quedamos en el coche esperando. Y fuimos al valle, menudo calor. Y todo para ver unas piedras, algunas de ellas tenían unos grabados supuestamente prehistóricos. Allí solo había lagartos, rocas rojizas, calor y cactus enormes. Por lo visto se han filmado muchas películas allí, una que sucede en Marte, no me extraña, pues aquello parece de otro planeta. Me acuerdo de Elephant Rock. Ciertamente lo parece, con su trompa y todo. Yo solo quería volver a la piscina. Al final estuvimos menos de lo que mis padres y abuelo querían y mucho más de lo que a mí me apetecía. Volvimos ya al atardecer. Aquella noche cenamos en el hotel y después nos fuimos al jardín, aunque no permitían bañarse a esas horas, pero tenían unos rincones geniales para tumbarse y ver las estrellas.
- Y aquella, que se vé tanto, papá.
- En realidad no es una estrella, es un planeta, es Venus.
- Y, si es un planeta, por qué brilla?
- Es por la luz del sol que se refleja en la superficie, como si fuera un espejo.
Mi padre siempre dice que no sabe nada de nada, no sé si es falsa modestia, pues en realidad casi siempre tiene respuestas. Sabe un montón, eso sí, menos de las cosas del día a día, de eso no sabe mucho.
- Mañana hay que salir temprano.
- Por qué papá?
- Sorpresa!
No sabía porque teniendo nuestro coche nos vino a recoger un taxi. Eran como las ocho de la mañana y aunque hacía mucho calor, no era necesario tener el aire acondicionado tan frío. Y, además yo tenía mal la garganta, estaba tomando antibióticos. Pues el taxista, en lugar de bajar el aire, lo apagó de malas maneras y a los dos minutos el calor era insoportable. Bronca.
Llegamos al aeropuerto de la ciudad, yo no sabía lo que venía después. Nos pesaron a todos, uno a uno, con nuestras mochilas y, empecé a sospecharlo. Un viaje en helicóptero. Yo ya lo había hecho una vez en Manhattan, pero, me encantaba la idea, Había que ver la cara del abuelo, mitad de niño emocionado, mitad de pánico. ¡Nos íbamos al Gran Cañón!. Fotos, fotos, fotos, antes de subir al helicóptero.
Yo iba delante con el piloto. El ruido ensordecedor y los cascos para comunicarnos entre nosotros. Mi padre no dejaba de tirar fotos. Sobrevolamos la avenida principal, The Strip en Las Vegas, viendo todos sus edificios. Ibamos con una matrimonio americano. Poco después un inmenso pantano, Hoover Damp, entre Nevada y Arizona, Lake Mead, las vistas eran impresionantes, hasta que nos adentramos en el Rio Colorado y en el Gran Cañon. Ahora mismo se me pone la piel de gallina. Sobrevolar en helicóptero a gran velocidad, es como un viedeojuego o una de esas muchas películas en que se persiguen dos aviones entre aquellos desfiladeros, con un rio mucho más marrón que colorado debajo, ver aquellas paredes casi verticales a ambos lados e ir siguiendo sus meandros es alucinante. El heli hace suaves virajes que acompañan el trazado del cañón, se desplaza muy rápido, tienes la sensación de que la vida se acelera, el tiempo se curva en pendiente de bajada y avanza mucho más rápido. Aves majestuosas sobrevolando por todas las partes, que se alejan del ruido del motor. Apenas vegetación. Rocas pardas superpuestas, la verdad , y supongo que no es ninguna coincidencia, es que agua y tierra comparten exactamente la misma tonalidad. Impresionan altura, velocidad y el ruido. Miro las caras de los tres y son de enorme satisfacción. Aquel momento es casi mágico.
Y, de pronto, sin esperarlo, el helicóptero empieza a descender más y más hasta aterrizar al lado del agua en una planicie ubicada en una curva del rio. Fotos, la cámara de papa no deja de sonar. La va a fundir, y luego, esas imágenes sin nadie, no dicen nada.
Unas mesas de madera con unas sombrillas nos esperan. El piloto va sacando refrescos, comida (bueno, gestionemos las expectativas que esto en América, no son pinchos de tortilla ni jamón), champán mientras no paramos de hacer más fotos. Estamos los cuatro allí sentados en un soporte del helicóptero, mi padre me abraza, el abuelo tiene una sonrisa que no le cabe en el rostro y mamá, sofocada por el calor, está entusiasmada. Unas barcazas enormes navegan por el río. Otras más, con mis horribles gafas de sol azules, como me podían comprar cosas tan feas! Las rocas se elevan ante nosotros hasta una altura brutal. Creo que ha sido el día que vi más feliz al abuelo en el poco tiempo en que coincidimos. Aquel fue el viaje de su vida, sin duda, y mira que el abuelo había viajado para su época. Es una de las pocas personas que conozco que ha vivido en tres continentes. Europa, América y Africa.
El regreso hasta Las Vegas fue más en silencio. Creo que todos estábamos saboreando las vistas, la experiencia, la suerte de hacer aquel viaje.
Ya solo nos quedaba otra noche de despedida el LV y por la mañana volábamos a New York. Allí me iba a ver con mi amiga Miranda, que también estaba unos días en la Gran Manzana.
El vuelo no es muy largo hasta Newark en New Jersey. Nos fuimos directos al hotel. Estamos al lado de Naciones Unidas, en una planta muy alta, con vistas al East River. Por supuesto la habitación era más pequeña, pero estaba bien. Habíamos quedado por la tarde en un punto de la 5ª Avenida, cerca de Build-a-Bear, que quería que mis amigas lo conocieran, tenía un buen recuerdo de un par de años antes aunque ya con diez años, éramos algo menos de ositos de peluche. Mi padre ha estado varias veces y se conoce bien la ciudad, a nosotras, a Miranda, Clara y a mí, lo que nos apetecía era estar a nuestro aire. Total que, nos compraron unas pizzas y unas coca colas y nos fuimos a mi habitación. Mientras los padres y el abuelo se fueron a cenar por ahí.
Nos lo pasamos genial, buscando en los cientos de cadenas de televisión, contando nuestras cosas, yo les hablaba de nuestro super viaje, el letrero de Hollywood, el puente de San Francisco, las cataratas y sobre todo el viaje por el Gran Cañón en helicóptero y la marcha de Las Vegas. Clara estaba un poco más aburrida al ser más pequeña, pero nos llevábamos bien. Lo que más les interesaba era hablar del vuelo en el helicóptero, y yo estaba llena de ganas y chulería para contarlo.
- Hace muchísimo ruido y te dan unos auriculares y un micrófono, porque si no, no te oyen. Va toda velocidad por encima de los edificios y, como yo iba adelante, por el cristal es que lo veía todo. Las calles, los rascacielos, la noria en lo alto de la torres más alta y luego en Gran cañón. Es alucinante, estas colando entre las dos paredes del cañón a toda leche y viendo el rio debajo, y luego paramos…
Nos vimos otro rato una tarde, y nada más, ellos llevaban ya unos días y se iban antes.
Con el abuelo fuimos hasta la Estatua de la Libertad, también a Central Park, subimos al Empire o al Rockefeller, no me acuerdo bien. Y cenamos en un restaurante de nombre indio (nativo) The Iroquois, que estaba genial. Un par de años antes habíamos estado en un hotel justo encima del restaurante. Esta por la calle 44, al lado de la 5ª Ave.
Mi padre se compró, como no, un montón de pelis en DVD.
Ya solo nos quedaba hacer maletas, alquilar un coche y salir hacia Boston, punto de origen y retorno de nuestro vuelo. Fue un viaje estupendo y, por si fuera poco, nos volvieron a hacer un upgrade y regresamos los 4 en business class, como unos señores. Gracias papa y mamá, gracias abuelo por este viaje inolvidable.
(NOTA, A pesar del texto estar escrito en primera persona, el autor del mismo – en su totalidad – es su padre. Los hechos son reales, pero contienen elementos de ficción. Las opiniones o reflexiones no necesariamente coincidirían con las de Ana)