Autor: Marce García

Primavera

Hubo un tiempo remoto en que venían cargadas de luz, aromas y flores, cuando las primaveras aún me trataban bien.

También recuerdo de por entones  el viaje a París, Disney. El abuelo José vino con nosotros. Pobre, para él era su primer avión. Yo estaba muy viajada, recuerdo que mi madre llevaba en su bolso un listado con todos mis vuelos. El pobre se marea mucho, pero, aguantó como un campeón mirando por la ventanilla y disfrutando de aquella experiencia. Me reía al ver cómo se agarraba al asiento con fuerza cuando el avión hacía alguna maniobra, estaba pálido y con una cara extraña, mantenía una sonrisa sincera bajo unos ojos aterrorizados.

Mi padre iba a su lado para tranquilizarle, mi madre y yo al otro lado del pasillo. Afortunadamente el avión no iba lleno, nos podríamos hablar tranquilamente sin nadie de por medio.

  • Mira, papá, ¿vez aquella torre allí a la derecha? Al lado de un río, junto a un parque. Es la torre Eiffel.

El abuelo asentía, no se si realmente veía nada. Mantenía un cierto temor que le atenazaba.

Aterrizamos tras dar varias vueltas sobrevolando la ciudad por exceso de tráfico aéreo, tras retirar nuestras maletas de una cinta desvencijada y chirriante, observados por unos militares de aspecto antipático y visiblemente armados, alquilamos un coche.

Yo iba con mucha ilusión, creo que debería tener cinco o seis años, y sin duda aquel era el viaje más apetecible imaginable. Además, el abuelo es muy bueno y me encantaba ver su cara de sorpresa por la novedad de todo lo que se nos cruzaba por el camino. Nunca había estado en la terminal de un aeropuerto para viajar, ni se había sentado en un avión, ni experimentado esa lucha contra la gravedad del despegue, o esa aceleración cuando vas a aterrizar…todo era desconocido, a su edad. Cómo es posible a sus muy avanzados setenta. Creo que el mundo de antes era muy diferente y tal vez muy gris. O puede que el actual tenga demasiadas opciones que nos confunden, no lo sé…pero, me quedo con este.

Autopistas, tráfico abundante y constantes explicaciones de mi padre. El abuelo iba adelante con él para no marearse. Parecía que se lo conociera todo. Iba diciendo, mira por esta salida se llega hacía la zona de Trocadero, y por la siguiente al arco del triunfo. Tras un buen rato en el coche, ves, papá ese es otro aeropuerto de la ciudad, está cerca de donde vamos.

Teníamos en un bosque al lado del parque de atracciones una casita de madera donde nos alojamos los cuatro. Estábamos en la zona de Davy Crockett. El lugar era muy bonito, recuerdo apenas unos árboles gigantescos alrededor y frio por las mañanas y las noches. Creo que entre el vuelo, el desplazamiento entre Orly y Disney, comer algo y el alojamiento se nos pasó gran parte del día. Recuerdo que era primavera. Por la tarde nos acercamos ver los alrededores del parque, para estar ubicados al día siguiente.

No estoy muy segura de quien disfrutó más y ponía más caras de sorpresa, si yo por mi tierna edad, mi madre que estaba encantada en aquel entorno o el abuelo al compartir mi alegría. Creo que mi padre estaba allí por nosotros, pero a él aquello no le gustaba mucho.

  • Minnie, Minnie, Minnie…

Mi madre gritaba nada más entrar en el parque. Mi padre con cara de sorpresa, creo que no sabía de qué hablaba. Allí nos hicimos la primera foto. Fue muy divertido, nosotras nos montábamos en absolutamente todo lo que a mí me permitían por mi edad. Montañas rusas, caballitos, tazas giratorias…el abuelo se subió en muy pocas cosas por lo de los mareos y mi padre porque no le gustan. Los desayunos y comidas eran muy divertidos entre los personajes de Disney. El abuelo no se quejaba, pero, aquellas comidas rápidas le parecían muy raras, acostumbrado a las de casa, hechas por la abuela, en su Zamora.

El abuelo me compró unos globos rojos muy bonitos, de eso que verdaderamente flotan porque están hinchados de entonces no sabía que… que, con pena, tuve que dejar en la casita cuando se acabó el viaje.

Visto desde la distancia de hoy, probablemente sea un exceso el entusiasmo que los niños ponemos en algo así. Pero, por un instante, poneos en mis zapatos, bueno, supongo que zapatillas. Tierna infancia. Casi todos los días por la tele ves personajes de Disney, tienes sus muñecos, su imagen está muy presente a esa edad. Y de pronto…

  • ¿Has visto el castillo, mamá? Es precioso. ¡Mira, es Goofy y más allá Winnie the Pooh! Podemos entrar al castillo, por favor

Y de pronto me agarré con fuerza de la mano de mi padre, hay un dragón, da miedo. Ya sé que es de mentira, que no soy tonta, pero…echa fuego.

– ¿Y aquella montaña rusa gigante allí al fondo? Me quiero subir en esas tacitas, porfa, porfa, ¿quién sube conmigo?

Y el día, los días se convierten en un sueño fantástico, caminar entre esos personajes que nunca antes había podido tocar, comer con Woody en el restaurante y hacerme una foto. Ver a Mickey, Donald…desayunar rodeada de ellos, aunque haya que hacer cola para acercarte. Y por la tarde! Un desfile de todos con música, baile, malabaristas y muchos caramelos. La calle principal esta abarrotada de gente, todos los niños al frente para ver de cerca la cabalgata. Llena de colores y sonidos. No se describir bien como me sentía, se que es un recuerdo imborrable que me quedó marcado en aquella infancia ahora aparentemente remota, aunque en realidad parec que sucedió anteayer, por la tarde.

Y las tiendas con todos los muñecos, juguetes…madre mía me tenían que sacar arrastrándome de allí!

¿Y al anochecer? Entonces lo fuegos artificiales alrededor del castillo que se ilumina con miles de colores vivos, encendidos y parecen dotar de magia a las torres a punto de despegar. No puedo dejar de mirar la silueta encendida de colores brillantes. Lo recuerdo como un hechizo, cogida de la mano de alguno de los tres, y apretándola con fuerza para trasmitir la alegría de aquellos instantes. Disfrutando como el truco de un mago que te sorprende y observas boquiabierta. Estuvimos tres días completos. Acabábamos agotados al final de la jornada, sin apenas descansar. No sé cómo pudo aguantar el abuelo, bueno, ni mi padre que monto en muy pocas atracciones. Mamá y yo en todas hasta varias veces. Menos las tazas giratorias que decía que aquello era un mareo insoportable.

El último día, creo recordar que era domingo, nos acercamos desde la mañana hasta última hora a París. Ahí sí que disfrutaron los García varones. Fotos con el abuelo ante la torre Eiffel, Notre Dame, los campos Eliseos. Se que durante años el abuelo hablaba de aquel viaje, provocando una cierta envidia entre vecinos y conocidos. ¡Pues, cuando yo fui  a París y estuve bajo la torre “infiel”! Hasta le tomaba el pelo a mi tío Jose, azuzado por mi padre en bromas, y le llamaba “cagao” porque nunca se ha subido a un avión en su vida.

Recuerdo, es uno de esos imborrables, llevaba una de esas pelotas de goma maciza que saltan mucho e iba botando por la calle peatonal, era una pelota pequeña de Mickey …y de pronto se me escapó y se me cayó rodando con tan mala suerte que llegó hasta una alcantarilla y desapareció… y aquello me apenó bastante.

Mi padre inmediatamente me dijo.

  • ¡No te preocupes Ana, te compramos otra! Pero, ¿es que los mayores no lo entienden?, yo no quería otra, quería aquella, la pelota que la había comprado en Disney. Parque al que ya no íbamos a volver a entrar pues nos volvíamos a España al día siguiente. Me quedé sin mi pelota saltarina de goma. Muy triste.

Fue a la puerta de la Saint Chapelle, una iglesia llena de cristaleras de colores.

Y lo que yo digo, ¿a quién se le ocurre venir a Disney y perderse todo un día en la ciudad?, pero, los mayores estaban en profundo desacuerdo. Es más, pensaban que era una pena justo lo contrario, que es una lástima venir a París y pasarse el día encerrados en un parque de atracciones ¡ Pobres adultos, no sé qué les pasa a todos cuando se hacen mayores!

Tampoco entiendo que tienen las malditas piedras que tanto les gustan a mis padres. Todavía tengo algunas pesadillas con Praga. Una semana Santa que pasamos bastante frio. No he visto tanto monumento aburrido en mi vida. Y eso que me llevaron a un teatro de títeres y hasta me compraron uno!

(NOTA, A pesar del texto estar escrito en primera persona, el autor del mismo – en su totalidad – es su padre. Los hechos son reales, pero contienen elementos de ficción. Las opiniones o reflexiones no necesariamente coincidirían con las de Ana)