Cuando deberías cumplir dos docenas más uno

Hace tan solo un largo cuarto de siglo, caminaba por la calle Honduras para tomar un café, el primero en mi flamante nueva condición de padre a estrenar y sobre todo a entrenar.

Compré el periódico, como todos los pocos dieciochoenes siguientes, para atrapar el recuerdo de lo que en el futuro, tal día, fuera considerado noticia y que tu pudieras por el retrovisor repasar la parte de la historia en fecha tan señalada. Aquella mañana la portada se llenaba de horror terrorista contra turistas entre las piedras milenarias del templo de la mujer faraón, en Luxor.

Poco antes, tras la apertura de aquella puerta blanca, en brazos de la enfermera, por un zeptosegundo la moción del universo paró para reubicarse, reorientarse y dejar sitio donde acomodar a la fugaz supernova. Nadie más lo apreció, pero yo pude sentir el frenazo estelar. Aquella pequeña criatura, tu, mi hija, aquel instante, cambiaste para siempre todas las leyes del cosmos, la física, la química y del futuro…o al menos, todas de mi mundo.

Tras recuperarse un poco, llegó mamá con ganas de conocerte mejor, aunque te había sentido dentro tantas semanas. Dolorida y sonriente, tu eras el regalo de todos los años de su esfuerzo. Viniste gracias a su tenacidad, algo que nunca le ha faltado. Yo, hasta aquella mañana, creía que ser padre no supondría un cambio significativo en mi vida. Mejor no inicio una lista de los errores de cálculo que he cometido, eso si, cargados de argumentos y convicción.

Te observaba en silencio y con temor a despertarte o qubrar tu aparente fragilidad, tu cabecita con aquella capa blanquecina de acabar de llegar. Tu también guardabas silencio. Nos estábamos conociendo, presos de la timidez del primer encuentro. Yo no sabía ni como cogerte en brazos, tu aún no habías practicado ser bebé por primera vez.

Hubo muchas visitas y flores, es lo único en común con el día aciago no mucho tiempo después.

Las sonrisas, la alegría, los buenos deseos, pusieron estribillo a la preciosa música de aquella jornada. Compañeros, amigos, familia… de cerca, lejos o desde muy lejos, llegaron hasta allí para conocerte.

Muñecos, ropita y flores, muchas flores, aderezados de abrazos y elogios.

En ningún momento mostró mamá cara de agotamiento, estaba exultante y no era para menos, por fin su sueño, tu, estabas con nosotros. Y desde aquellas diez menos veinte, tenías un incondicional enamorado que acababa de firmar en blanco una página de dimensiones infinitas para ir llenándola de sinónimos de amor auténtico, el que solo se dedica a una hija: devoto, adicto, sinadacambio, constante, auténtico y leal.

No puedo olvidar la pelea entre razón y entrañas. No me podía creer que ya, de inmediato, el centro y el cetro los ocuparas tu. Pero si solo hacía un instante que te había conocido! Y, a diferencia de los platónicos, este no ha mermado sino todo lo contario, mas de veintitrés mil millones de km de viaje alrededor del sol más tarde, te quiero aún más.

Por la noche cerca del final del primer día con nosotros, te llevaron pues te convenía un poco de luz para evitar ictericia. Fue la primera de una sucesión de madrugadas de tu infancia en que ni siquiera nos querías molestar, durmiendo mis dos mujeres muy bien, mientras yo me levantaba varias veces sorprendido, casi ofendido, de que no nos despertaras.

Creo que fue ya al día siguiente cuando fui a registrarte, Ana, un nombre corto, sencillo y poderoso, de milenario origen hebreo, que habíamos acordado, elegido entre una amplia lista de candidatos competentes y compitentes, en alguna bonita playa del sur de Menorca, una reciente tarde de caluroso verano. La calle Pradillo te convirtió, para tu corto siempre, en orgullosa madrileña. Ante aquel funcionario que me regaló un poco disimulado bostezo, de rostro aburrido por la monotonía del nombreapellidosfechahoralugar… yo acaba de grabar, eso si que queda para siempre en los anales de la historia municipal cotidiana, tu esperada llegada.

Desde aquella mañana la historia cobró un nuevo sentido, el de tu piel, tus ojos, las manitas tiernas, poco más tarde la melodía de tu voz al ritmo de tus pasos… y todos los caminos por recorrer cargada siempre de un coctel de pasión, determinación y alegría.

Si volvieras a nacer, creo que tus primeras palabras a balbucear serían: go live!

Tu padre