Ayer hizo veinticuatro que con un vientre prominente y una sonrisa aún mayor, mamá entró en aquella clínica de la calle Honduras. Unas horas más tarde, hacia las diez de la mañana, mientras ella se recuperaba…

Entraste en aquella cunita, una preciosa criatura en silencio, dormida, no sé si fue un rayo de sol envidioso que se coló por la ventana, o tu quien iluminó aquella habitación. Recuerdo tu cabecita desnuda y con una capa suave en un tono claro, casi blanco. No he olvidado nunca lo que pensé: no es posible, es una tontería, no puede ser que una personita que acaba de aparecer te cambie ya la vida, eso es un mito ñoño …

Pero, así sucedió. En aquel instante en que nos conocimos, algo pasó en mi universo y su foco mutó en un silencioso cambio sideral que te colocó repentinamente en el eje sobre el que girar, ya para siempre, toda mi vida.

Ay! días. Hay días, como este jueves cruel, que me duelen especialmente porque los recuerdos se amplifican hasta atravesarme, porque el peso insoportable del vacío de tu ausencia me rompe y porque no hay dos docenas de velas que puedan quemarme más que las que no se van a encender hoy.

Te quiero Ana. Ojala en alguna dimensión ajena a la esclavitud de este tiempo tozudo, hoy celebres tu noveinticuatro cumpleaños.

Tu padre