Desafortunadamente he de escribir en tu nombre. Lo realmente sustantivo de aquel día, sucedió así. Los detalles, los sentimientos, las reflexiones son torpes interpretaciones propias de tu padre. Hoy hace 10 años se abrieron las puertas del infierno tambien para ti.
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Todos tenemos al menos un día marcado en nuestra historia
Asomaba tímidamente un rayo de luz tras la persiana. Esa mañana no me despertó temprano para ir a clase. Se habrá dormido. Fui hasta su habitación y allí estaba, sentada, apoyada la espalda en una almohada contra el cabecero de brillante latón pulido, despierta y, visiblemente desarbolada. Algo no iba bien. No suele tener mi madre esa cara por las mañanas, siempre se levanta tan fresca, a veces creo que ni se despeina durante la noche. Ojos enrojecidos. Parecía completamente derrotada.
Trataba sin éxito de disimularlo, esbozar una sonrisa, pero la novedad de sus ojeras la delataban. Supongo que no hay un lugar donde esconder el dolor cuando es gigantesco. Mamá siempre duerme bien. ¿Qué ha pasado? pensé y callé sonoramente la pregunta. Ya angustiada, me temí algo malo. Apenas hablamos. Ni siquiera me quejé porque fuera tarde y no me hubiera llamado. Intuí inmediatamente, sin saber muy bien porque, que no era día para reproches. Sin muchas explicaciones, me dijo que no iría a ECA, para poder ir a buscar a papá al aeropuerto, que regresaba antes de lo previsto de Casablanca. No tenia ningún sentido, nunca hacíamos tal cosa, ¿dejar de ir a clase para ir al aeropuerto? ¡Si mi padre viajaba casi todas las semanas! No pregunté, no dije nada, no me quejé de nada… nada, para mejor no saber nada.
Las pruebas de la semana pasada empezaban a darme vueltas por la cabeza. ¿Será eso? ¿Le habrá pasado algo a papá? Un miedo desconocido me apretaba con fuerza la boca del estómago. En el baño tuve náuseas y estuve a punto de vomitar. Tiré varias veces de la cisterna para que mi madre no oyera los espasmos.
El resto de la mañana estuvimos evitándonos, ninguna de las dos queríamos cruzarnos, para que las palabras no rompieran algo frágil y aun aparentemente entero. Yo me pasé mucho tiempo en el baño y por los sonidos de las puertas, creo que ella hizo lo mismo.
Tras una comida rápida, insulsa y tensa, aderezada de monosílabos y miradas huidizas, me dijo que salíamos en media hora.
No puedo entender porque me marcó tanto, un par de pájaros grises, grandes, gordos, no dejaban de arañar y atacar desesperadamente con el pico la velux de encima de la mesa de la cocina. Parecían desequilibrados. Me estaba poniendo muy nerviosa. Mi madre se mordía las uñas, jamás le había visto hacer tal cosa.
¿Que coños está pasando, ma?
Lo grité con tal sordina que ni siquiera llegué a abrir la boca.
Todavía no había entendido porque la tarde anterior había desaparecido de repente. Ana tengo que ir a la compra, me dijo desde la planta de abajo, y tras más de una hora volvió con las manos vacías y los ojos hinchados.
Tal vez por primera vez, las dos estábamos listas a la hora prevista. Nos subimos al coche en silencio, yo veía pasar deprisa el lateral de la carretera. No cruzamos ni una sola palabra. Me puso varias veces su mano derecha cariñosamente en mi pierna. Puse música para subir la temperatura, se cortaba el aliento frio en aquella primera de la tarde templada.
La cara de mi padre fue otra alerta, la definitiva, no era mi madre que tuviera un mal día, era algo más, mucho más, mucho peor. En la puerta de la terminal de llegadas, abrazos y besos. Siempre ha expresado su cariño a toda hora conmigo, pero, había un temblor en sus manos, algún rictus amargo en su boca. Se había ido la mañana del lunes, nos despedimos antes de yo salir para clase, solo habían pasado un par de días, pero, al verlo me pareció un viejo veinte o treinta años después. También las bolsas en los párpados, un gesto de profundo dolor en los labios, los ojos tristes enrojecidos, y la cabeza, sobre todo la cabeza, estaba caída, abatida, inclinada hacia la izquierda, como en rendición.
Al poco de salir del parking, paró el coche en un lateral y tras encender las luces de warning, me miró con profunda tristeza y con voz entrecortada me soltó la bomba de infinitos megatones. Seguramente trató de suavizarlo entre circunloquios, caricias y ternura… pero, lo único que escuché, lo que me quedó grabado para siempre fue: nos han llamado del hospital para darnos el diagnóstico: tienes cáncer. Tenemos una cita con el oncólogo en una hora.
Se sublimaron varias etapas de mi vida evaporándose en un solo instante. Tuve que hacerme mayor tras una monumental ostia aquella tarde. Si aún me quedaba algo de niñez, se quedó allí y entonces, se escurrió por la cuneta hasta colarse por alguna alcantarilla próxima, sin retorno. Y si pretendía seguir de adolescente, mala suerte, también se acabó, me tocaba saltar al capítulo siguiente o incluso al posterior… o tal vez al final.
No sé si la vida de alguien es normal, seguramente no. La mía perdió la oportunidad de serlo aquel dieciocho de abril de dosmildoce, a los catorce años, en un coche con mis padres, en una puta vía de servicio, al lado de Barajas. En lugar de volar, aquella vez el aeropuerto fue de aterrizaje forzoso, con rotura para siempre de las alas.
Nuevo accidente con víctimas en el aeropuerto. Pero de este no se hablará en las noticias de la noche.
Aún así, sentí especial lástima por mi padre y se lo dije. Siento papá lo mucho que vas a sufrir.
Para aquella hasta entonces niña, el dieciocho había sido su número de la suerte. No sé lo que va a ser de mí a partir de ahora, no puedo ni siquiera llorar, el huracán se ha llevado todo lo que tenía. Ahora mismo me duele la cabeza, y tengo una presión brutal en las entrañas. Quiero romper las ventanas del coche, patalear los asientos, pegar a mi padre, arañarme la cara, blasfemar, gritar, llorar…y sin embargo, me lo trago todo y sigo con la entereza aparente de que fuéramos a la peluquera en lugar de a “palocura” ¿dónde está en este momento ese Dios del que tanto me hablan en clase, ese que se supone que nos ama y nos cuida?
Estoy seca, rota, paralizada, no me queda ni un atisbo de fuerza, soy un pelele de trapo sin voz, sin llanto, sin vida. ¡Bienvenida a la mierda, Ana! No sé lo que va a ser de mí, solo sé que no se va a parecer nada a lo que tenía hasta hace unos minutos. Bye, Ana, welcome infierno!